Dos milenios atrás una tormenta descargó sobre Jerusalén y el mundo entero en el momento que Jesucristo expiró. No fue el único fenómeno extraordinario. En mitad de la noche, una luz fulgurante apareció antes de la desaparición del cuerpo. Porque eso es todo cuanto alcanzaron a decir los centinelas que Pilatos había apostado junto a la pesada roca que sellaba la tumba cuando el gobernador de Judea les pidió explicaciones por semejante embarrada. La única misión que tenían era evitar el saqueo y el robo del cadáver, precisamente para que sus seguidores no se hicieran con él, lo desaparecieran y fomentaran una leyenda. Los romanos extremaron las medidas de seguridad para vigilar el cuerpo pero algo pasó. Fallaron estrepitosamente y ni siquiera ellos salían del aturdimiento a la hora de explicar lo sucedido. Una luz emergió desde lo más profundo de la oscuridad de la noche, era una luz descomunal, como un inmenso sol en la madrugada que descendió, los cegó y desplazó la enorme roca redonda que blindaba la puerta como si fuera una pluma. Cuando la luz se fue y se difuminó en el infinito del cielo estrellado, la tumba quedó abierta y el cuerpo de Jesucristo simplemente ya no estaba. ¿Cómo explicarle a sus superiores que el cadáver lo había robado una luz sobrenatural? Es la luz el más claro símbolo de la resurrección y el arranque de la novela “La caleta del Jaguar”.
¿Crees en la resurrección? Hoy en día es un debate más profundo que el mero acto de fe. Los avances científicos empiezan a demostrar a través de la física cuántica que el fenómeno de la resurrección es mucho más que una creencia religiosa. Hemos ampliado mucho en estos años la documentación sobre el asunto preciso para la documentación de “La caleta del Jaguar”. Ahora bien, ¿por qué a algunos confesos y practicantes creyentes les cuesta tanto creer en la resurrección? ¿Por qué cuando se pierde a un ser querido mucha gente se ve sumida en crisis emocionales muy graves que en algunos casos derivan incluso en enfermedades de índole psiquiátrico cuando según su fe la resurrección es la mayor bendición del universo, cuando su amor a Dios debería ser la mejor medicina para compensar la tristeza de la ausencia terrenal de nuestros seres queridos con el gozo de saberlos inmersos en la eternidad de aquel destello de infinita luz? ¿Por qué cuesta creer que la muerte no es el final, que el alma crisálida se convierte en espíritu volador que emerge del cuerpo cual mariposa y asciende rumbo a una ignota dimensión? ¿Por qué poner en duda que esa dimensión es el reino de los cielos del que hablaba Jesucristo en su misión terrenal?

“Pensé que la muerte era otra cosa…” arranca afirmando la protagonista, la doctora de la mafia, al evocar el día que le cambió la vida para siempre. Para la gran mayoría de los mortales es imposible visualizar tan siquiera dicha dimensión en vida. Hay personas privilegiadas que sí tienen dicho don y hay pueblos ancestrales en distintos rincones del planeta que llevan desde la noche de los tiempos usando las plantas psicotrópicas para abrir ese tercer ojo que da acceso a la cuarta dimensión, un viaje de exclamación y asombro, uno de los grandes misterios de la novela.

La biblia tiene una palabra mágica ante esta maravilla, una exclamación con denominación de origen: ¡Aleluya! Es proclamada en conmemoración de la resurrección y victoria de Jesús de Nazareth sobre las tinieblas y es palabra de uso diario como bálsamo del dolor, como un modo distinto de encarar la muerte física y nuestro paso por ese planeta tridimensional. No lo olviden, miren siempre hacia esa luz, mediten, oren, proclamen, canten: ¡Resucitó, Aleluya! Es muy posible que tras esta lectura tengan más elementos de juicio para entonarlo.

